El juego como herramienta de desarrollo y conexión familiar

Por Carla Navarrete, Psicóloga

Existen muchas y diversas definiciones del juego, sin embargo, algo indiscutible acerca del juego es su carácter libre, espontáneo, divertido, original y creativo. El juego se entiende como una actividad que tiene una finalidad en sí misma, siendo relevante el acto de jugar y no el resultado de éste.

¿Qué ocurre cuando un niño o niña juega?

Es importante destacar que el juego es un pilar del desarrollo infantil, ya que es el medio natural que los niños y niñas utilizan para expresarse. Les brinda la libertad de ampliar la realidad y usar la imaginación para crear y recrear diferentes mundos. Además, el juego posibilita el desarrollo de habilidades motrices, cognitivas, emocionales, sociales y lingüísticas. También proporciona un espacio seguro y entretenido para probar nuevas capacidades, entre tantas otras posibilidades que ofrece el juego.

Por todo ello, el juego tiene un valor central y trascendental en nuestras vidas. ¡Lejos de ser banal, el juego es algo serio!

Y si el juego es tan central y trascendental, ¿por qué jugar solo en la infancia?

Se tiende a vincular el juego con la infancia, pero es una acto que no tiene fecha de caducidad, se puede jugar toda la vida. Tanto niños, niñas, adolescentes y adultos(as) podemos jugar , expresarnos y comunicarnos a través del juego. Y eso nos permite subrayar la dimensión relacional del juego y comprender la relevancia de jugar en familia.

¿Por qué jugar en familia?

El juego se transforma en un puente que conecta al mundo infantil y adulto, favoreciendo una manera particular de estar y comunicarnos con otros. El juego une y acerca a los distintos miembros de la familia, brindando un momento de comunicación y encuentro en profundidad de un modo natural y agradable.

Jugar en familia es compartir un momento de calidad, atención y afecto, lo que permite fortalecer la conexión y vínculo entre los miembros de la familia. Los niños y niñas perciben que sus padres o quienes participaron de ese juego se dieron tiempo para estar con ellos(as), dándoles el mensaje de que son importantes, valorados y valiosos. Esta sensación de conexión es fundamental para el desarrollo emocional, ya que contribuye al proceso de autoimagen y autoestima.

La risa es un componente crucial y espontáneo del juego. La diversión compartida a través del juego no solo libera endorfinas, las cuales generan una sensación de bienestar, sino que también actúa como un puente emocional que une a las personas. Jugar juntos en familia crea momentos felices que se atesoran en el presente y futuro, fortaleciendo el sentido de pertenencia y conexión.

El juego es un medio natural y la base para el aprendizaje. A través de actividades lúdicas, los niños desarrollan habilidades cognitivas, como la resolución de problemas, el pensamiento crítico y la creatividad. Además, el juego facilita el aprendizaje de normas sociales y valores, como la honestidad y justicia, respeto de turnos, cooperación, negociación, entre otras, de una manera atractiva y amena. El juego, al ser un espacio seguro, permite que los niños y niñas puedan explorar, experimentar y probar nuevas capacidades sin temor a consecuencias negativas, a una nota o cualquier tipo de evaluación. ¡En el juego no hay nada malo o bueno, en el juego todo puede pasar y puedo ser/hacer lo que yo quiera!

¿Qué pasa en las dinámicas familiares cuando se juega en conjunto?

El juego también aporta una valiosa dosis de novedad y frescura a la dinámica familiar. Jugar juntos, ya sea entre padres e hijos(as) o entre hermanos(as), ofrece una oportunidad única para revitalizar las relaciones familiares y experimentar interacciones desde perspectivas nuevas, entretenidas y emocionantes. Esta novedad es crucial, porque rompe con la rutina diaria tan cargada de responsabilidades, tareas, deberes tan propia de los tiempos actuales y permite a los miembros de la familia verse y conectarse de maneras que de otro modo no serían posibles. Por ejemplo, a través del juego, los padres e hijos(as) pueden encontrarse y reencontrarse desde un lugar diferente, uno que invita a lo mágico y espontáneo. Este espacio lúdico abre la puerta a experiencias compartidas que fomentan la creatividad y la flexibilidad en las relaciones.

El juego permite a los(as) niños(as) ver a sus padres en roles distintos a los habituales. Los padres pueden convertirse en compañeros de equipo, narradores de historias, imitadores, cantantes, personajes en aventuras imaginarias o incluso seguidores de las reglas creadas por sus hijos. Esta inversión de roles y la creación de nuevos escenarios facilitan una comprensión más profunda y una apreciación mutua. Los niños descubren que sus padres también pueden ser divertidos, imaginativos y flexibles, mientras que los padres pueden observar y maravillarse de la creatividad, la inteligencia y la capacidad de liderazgo de sus hijos. ¡Es decir, ganan todos!

Asimismo, el juego entre hermanos(as) refuerza los lazos fraternales y promueve la cooperación y la resolución de conflictos de manera constructiva. Al involucrarse en actividades lúdicas, los(as) hermanos(as) aprenden de una manera agradable y segura a negociar, compartir y apoyarse mutuamente, lo que fortalece su relación y crea un ambiente de complicidad.

El jugar en familia genera una complicidad única entre las personas. Esta complicidad se basa en la comprensión mutua, la comunicación no verbal y verbal, y el disfrute de actividades conjuntas. A través del juego, niños(as) y adultos(as) desarrollan un lenguaje común y una confianza que perdura más allá del tiempo dedicado a jugar. Se crean anécdotas, recuerdos e historias que nos acompañarán a lo largo de la vida.

El juego en familia permite construir momentos presentes que son disfrutables y significativos. Los recuerdos de juegos compartidos con seres queridos se mantienen como testimonios de relaciones fuertes y afectuosas, y continúan influyendo positivamente en nuestras vidas.

“No se ha dado cuenta de todo lo malo que está pasando, yo veo que él solo juega”

He escuchado mucho ese tipo de frase, que da cuenta de la creencia de que los(as) niños(as) no perciben los acontecimientos caóticos o complejos que están viviendo a su alrededor, porque «sólo están jugando». Sin embargo, podríamos reflexionar en torno a esta idea y afirmar que precisamente están jugando como una forma de procesar, elaborar y resignificar sus vivencias a través del juego. En otras palabras, en tiempos de estrés o conflicto, el juego actúa como un refugio emocional, proporcionando consuelo, calma, regulación y una forma de procesar emociones difíciles. Este rol del juego cobra aún más relevancia cuando es acompañado por sus padres o figuras significativas, ya que el juego se convierte en un puente de conexión con los demás y en una vía para canalizar emociones y pensamientos en un espacio seguro y contenido.

¿Qué se necesita para jugar en familia?

No hay recetas, manuales o protocolos a seguir, y si siguiéramos un paso a paso obligatorio, dejaría de ser un juego. Cada familia es un mundo singular e irrepetible; por ende, cada familia se conectará y entrará al mundo del juego de una forma particular. La idea es que no se transforme en un deber más, sino que podamos conectar genuinamente con esa parte espontánea y placentera que nos brinda el juego en familia, encontrando el tipo de juego que más nos acomode y se ajuste a la identidad familiar. Más allá del juego que escojamos, la relevancia y la magia de jugar se encuentra en la conexión que se crea entre los participantes, así como en las conversaciones y emociones que se generan a través de él.

No se necesita comprar los últimos juegos de moda o gastar grandes sumas de dinero para jugar en familia. Solo se necesita una pizca de creatividad, imaginación, abrir los ojos, despertar los sentidos y observar con atención nuestro alrededor para crear juegos con lo que tengamos disponible. Se puede jugar con una caja, con una palabra, con una imagen, en la naturaleza; no hay límites. ¿Se acuerdan del juego “veo, veo, qué ves”? Ese es un ejemplo de lo simple y profundo que puede ser el juego en familia.

Otro elemento importante es que los(as) adultos(as) nos re-conectemos con esa dimensión lúdica tan característica de la infancia y nos nutramos de ella para desplegarla no solo con los hijos e hijas, sino también en nuestro cotidiano y en las relaciones afectivas que construimos. Tal vez la vida sería un poco mejor si despertamos esa parte juguetona que se aquieta cuando vamos creciendo. Como dice la dedicatoria de «El Principito» de Antoine de Saint-Exupéry: «Todas las personas mayores han sido niños antes. (Pero pocas de ellas lo recuerdan)».

¿Te acuerdas cuál era tu juego favorito en la niñez? ¿A qué jugabas con tu familia? ¿Cómo eran esas instancias para ti? ¿Qué emociones te surgen al recordar esos momentos? ¿Cómo era para ti que tus padres jugaran contigo? Y si no jugaban contigo, ¿te hubiera gustado que lo hicieran?, ¿Qué hubiera sido distinto si hubieran jugado contigo?, ¿Qué momentos quieres que tus hijos(as) recuerden en el futuro? Estas son algunas preguntas que te pueden ayudar a despertar esa forma lúdica de ver, estar y ser en el mundo. Aunque es el lenguaje propio de la infancia, nadie dice que los adultos no podamos hablarlo de vez en cuando.

Referencias bibliográficas

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